Santander respalda el paro arrocero nacional, pero el Gobierno sigue sordo
En Santander, los arroceros apoyan el paro nacional del gremio, pero no pueden dejar de trabajar: el abandono estatal, el alza de costos y la indiferencia del Gobierno los tiene al borde del colapso. Protestar o comer, esa es la decisión que enfrentan.

Mientras el país arde en protestas campesinas, los arroceros de Santander trabajan con el agua al cuello: apoyan el paro nacional del gremio, pero no pueden marchar. Si paran, se quiebran. Si siguen, se hunden. El campo está solo… y el Gobierno, ausente.
Lo Mientras el país arde en protestas por la crisis del agro, el Gobierno Nacional continúa encerrado en su burbuja de indiferencia. Esta vez, el gremio arrocero —uno de los más golpeados por la falta de garantías— ha dicho ¡basta!, dando inicio a un paro nacional que, aunque en Santander no se traducirá en marchas ni bloqueos, sí refleja una profunda inconformidad que el Ejecutivo insiste en ignorar.
En municipios como Sabana de Torres, Lebrija y Rionegro, donde se concentra la producción arrocera del departamento, productores, trabajadores y contratistas han manifestado su respaldo simbólico al paro, dejando claro que comparten las denuncias sobre el abandono estatal, el alza en los costos de producción, el incumplimiento en la compra de cosechas y la falta de incentivos.
“No podemos parar porque nos hundimos. Pero estamos igual de jodidos que todos”, confesó uno de los voceros en condición de anonimato.
La decisión de no cesar labores no es un respaldo al Gobierno: es el reflejo de un gremio asfixiado que no puede darse el lujo de parar porque eso sería firmar su sentencia de muerte. Están atrapados entre la espada del abandono institucional y la pared de una economía que no da tregua.
Y como si fuera una burla, la respuesta oficial es el silencio, mientras la Policía del Magdalena Medio activa planes de seguridad como si la protesta fuera el problema y no el modelo económico que está reventando al campo colombiano.
La realidad es cruda: los arroceros trabajan en el pico de su cosecha sin apoyo, sin subsidios reales, sin un gobierno que entienda lo que significa sembrar, cosechar y sobrevivir en el campo. Apoyan el paro, sí, pero no pueden marchar. Tienen que escoger entre protestar o comer.
En vez de buscar soluciones, el Gobierno sigue hablando de transformaciones que no llegan nunca. Mientras tanto, el arroz, base del plato de millones de colombianos, está en manos de campesinos que ya no creen en promesas vacías.