“¿Quiere que los metamos a las oficinas? El absurdo de la senadora Padilla frente a los gatos de la Gobernación”
El respeto por los animales no puede confundirse con tolerar que un edificio público se transforme en un criadero insalubre. La Gobernación necesita soluciones reales, no discursos populistas que suenan bonitos en redes pero que en la práctica hunden a Santander en el desorden.

La polémica por los gatos que rondan la Gobernación de Santander volvió a encenderse, esta vez por cuenta de la senadora animalista Andrea Padilla, quien decidió convertir una medida de salubridad elemental en un espectáculo político.
La congresista criticó duramente la circular que prohíbe alimentar palomas y felinos dentro de las instalaciones oficiales, llegando al extremo de calificar como “violento” el término usado para referirse al control de los animales.
Mientras tanto, quienes sí trabajan en el Palacio Amarillo y en dependencias como la Secretaría de Salud saben que los platos de comida en rincones y escaleras solo trajeron roedores, malos olores y deterioro en la infraestructura. Nadie quiere un edificio público convertido en muladar. Pero Padilla, desde su curul en Bogotá, parece olvidar que la Gobernación no es un refugio ni mucho menos un albergue improvisado para 40 gatos.
Resulta hipócrita que quienes defienden “la compasión” no hablen con la misma fuerza de los recursos públicos que se deben gastar en desratización, limpieza y reparación de daños. Lo que propone la congresista —que en la práctica los animales permanezcan en oficinas, pasillos y archivos— raya en el absurdo: ¿acaso la función de un gobernador es montar un zoológico dentro de la sede administrativa?
El debate se ha desviado porque algunos políticos lo convirtieron en bandera populista. Lo cierto es que los animales requieren una solución seria: vacunación, esterilización y adopción responsable. Pero lo que no puede ocurrir es que, por la terquedad de quienes hacen política con los “gaticos”, los santandereanos terminen viendo cómo su Palacio de Gobierno se vuelve inhabitable.