Ni para payasos sirven: el triste espectáculo del Partido Verde en Bucaramanga

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La farsa de los verdes está llegando a su fin en Santander-

Ni para payasos sirven: el triste espectáculo del Partido Verde en Bucaramanga
Lo de los “verdes” ya no da ni risa. Un partido que alguna vez quiso pintarse de alternativa, hoy parece un circo sin payasos, sin director y sin público. En Bucaramanga, donde tuvieron más de 40 mil votos y un espacio sólido en la opinión, no lograron ni inscribir candidato para las elecciones atípicas del 14 de diciembre.

Sí, así de patético: un partido que se jacta de “representar la gente”, incapaz de ponerse de acuerdo ni para postular un nombre.

Y mientras tanto, sus supuestos líderes —esos que gritan y moralizan en redes— se quedaron mudos a la hora de actuar.

Un partido en ruinas y sin voz

En teoría, el Partido Verde debería estar marcando la diferencia en un escenario político local donde la corrupción y la improvisación están a la orden del día. Pero no. Prefirieron ver el juego desde la gradería, buscando excusas jurídicas y echándole la culpa al calendario electoral.

Carlos Parra, Ferley Sierra, Cristian Avendaño, Fabián Díaz... los mismos de siempre, los mismos que se llenan la boca hablando de “renovación política”, pero que no dan un paso si no hay cámaras o contratos cerca. A Parra lo inhabilitó su falta de previsión, a Sierra le faltaron ganas y estructura, y a Avendaño le sobran discursos y le faltan resultados.

El colmo: mientras los demás partidos se organizaban, los verdes estaban peleando por quién salía en la foto.

De oposición a omisión

El mismo partido que impulsó la caída de Jaime Beltrán —con todo el escándalo de la doble militancia— terminó ausente en la contienda. Es decir, ganaron la batalla jurídica y luego dejaron el campo vacío. Ni candidato, ni propuesta, ni liderazgo.

Y lo más vergonzoso: su “estrategia oficial” fue dejar en “libertad condicionada” a sus militantes. ¿Libertad para qué? ¿Para seguir votando sin rumbo, o para acomodarse donde haya más burocracia?

Un partido que no sabe ni a quién apoyar no es oposición ni alternativa. Es irrelevancia pura.

Los jefes: del cinismo al exilio

Para rematar, sus máximos referentes están hundidos en la podredumbre. Carlos Ramón González, prófugo en Nicaragua y símbolo del clientelismo disfrazado de verde esperanza, dejó al partido con la moral rota. Su esposa, Luz Dana Leal, ya tantea volver a lanzarse al Congreso, como si el apellido González no fuera hoy sinónimo de cinismo.

Y mientras tanto, los demás —Fabián Díaz, Ferley Sierra, Parra, Avendaño— juegan a ser oposición, pero con la calculadora en la mano. Si no hay curul asegurada o pauta mediática, no mueven un dedo.

Una farsa disfrazada de causa

Hablan de “cuidar el bolsillo del ciudadano” pero no son capaces de cuidar ni su propio partido. Se llenan la boca de palabras como “transparencia”, “ética” y “democracia”, mientras en la práctica son un cúmulo de egos, gritos y posturas sin fondo.

Cuando no están en Twitter o armando “spaces” para escucharse entre ellos, desaparecen. Bucaramanga no necesita más payasos que simulen indignación. Necesita gente seria, con ideas reales, no un club de oportunistas que se creen iluminados porque saben usar hashtags.

De oposición moral a monumento al vacío

La gran verdad es que los verdes se quedaron sin norte. Pasaron de ser la “voz crítica” del país a un eco vacío de lo que alguna vez quisieron representar. Y mientras la ciudad busca soluciones, ellos siguen repartiéndose culpas y midiendo likes.

Ninguno propone, ninguno lidera, ninguno inspira. Son el reflejo más triste de una política que se dice alternativa, pero que terminó igual de podrida que los clanes que tanto critican.

Conclusión: los verdes ya marchitan

En Bucaramanga, la Alianza Verde dejó claro que no tiene ni estrategia ni vergüenza. Perdieron el rumbo, la credibilidad y la capacidad de representar a alguien distinto de sí mismos. De tanto gritar contra los corruptos, se quedaron roncos. De tanto posar de decentes, se convirtieron en decorado. Porque al final, el pueblo se cansa de quienes solo hablan y nunca hacen.