Lebrija: la feria del descaro — ahora el pueblo tiene que pagar por sus propias fiestas

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El alcalde de Lebrija, Gabriel Martínez, decidió cobrar entrada a las ferias del pueblo. La fiesta que antes era orgullo de los campesinos se volvió un negocio de taquilla. Una feria sin pueblo y un alcalde sin vergüenza.

Lebrija: la feria del descaro — ahora el pueblo tiene que pagar por sus propias fiestas
El alcalde Gabriel Martínez, de profe a vendedor de boletas
El alcalde Gabriel Martínez logró lo impensable: convertir las tradicionales ferias de Lebrija —esas que siempre fueron del pueblo, gratuitas, alegres y familiares— en un negocio con boleta.

Sí, en el municipio donde la gente cultiva la piña con las manos, donde los campesinos madrugan sin descanso, ahora para entrar a celebrar su propio trabajo, tienen que pagar.

Una feria sin pueblo

La Feria Nacional de la Piña, que se llevará a cabo del 10 al 13 de octubre, ya no será la fiesta de todos. Lo que alguna vez fue una vitrina de orgullo campesino, de música popular y tradición agrícola, se transformó en una vitrina comercial con tiquetes de entrada, vallas publicitarias y un manejo cuestionado por varios sectores sociales.

Lo que antes era gratuito, hoy tiene tarifa. Y lo que antes era orgullo, hoy parece un negocio más de la administración local. “El alcalde quiere hacer caja a punta del pueblo”, se quejan los lebrijenses, indignados por la improvisación y la exclusión.

Porque mientras el alcalde posa en los medios hablando de “feria académica y agroindustrial”, en las calles los vendedores ambulantes reclaman permisos que nunca llegaron, los músicos locales quedaron por fuera de la programación y los agricultores ni siquiera fueron invitados a los comités organizadores.

Ferias de pueblo, precios de capital

Entre las actividades anunciadas hay cabalgatas, desfiles de bandas y conciertos con artistas como Diego Daza, Luifer Cuello, Miguel Moly y Los Corraleros de Majagual.

Todo bien, si no fuera porque el acceso a estos eventos —realizados en escenarios públicos y financiados con recursos municipales— ahora se cobrará, según confirmaron fuentes cercanas a la organización.

El rumor es claro: las boletas serán vendidas por un operador privado, y buena parte del dinero no ingresará directamente a las arcas del municipio, sino a terceros contratistas. Una práctica que, aunque disfrazada de “alianza público–privada”, no deja de ser una afrenta a los ciudadanos que con sus impuestos ya pagan por esas fiestas.

El alcalde que se olvidó de la gente

Mientras el alcalde Gabriel Martínez habla de “la transición de la piña perolera a la oro miel” y de “ponencias académicas sobre el limón Tahití”, los habitantes del municipio le reclaman por lo básico: el deterioro de las vías rurales, la falta de agua en los barrios periféricos y la inseguridad que crece día a día.

“El alcalde se volvió invisible. Solo aparece para tomarse la foto en el desfile y para poner precios a los eventos que deberían ser del pueblo”, dice con ironía un comerciante del parque principal.

Incluso concejales del municipio han cuestionado en voz baja el manejo de los recursos. “Estas no son ferias populares, son ferias privadas disfrazadas de institucionales”, señalan.

Cuando la cultura se convierte en negocio

Las ferias y fiestas son parte del alma de Lebrija. Pero el intento del mandatario por monetizar la identidad local y cobrar por las verbenas populares refleja una preocupante tendencia: usar la cultura como caja menor de campaña, mientras la economía campesina se hunde entre deudas y abandono.

Los artistas locales piden espacios, los productores rurales piden carreteras, y el pueblo pide respeto. Porque no hay peor insulto que cobrarle a la gente por celebrar lo poco que le queda.