La Ruta del Bocadillo: Santander abre las puertas a su corazón dulce

Noticia validada por AI en varias fuentes

La Ruta del Bocadillo en Santander recorre Barbosa, Vélez y Moniquirá para mostrar el proceso artesanal del dulce veleño, una tradición con más de 70 años que mezcla turismo, cultura y economía rural, y que hoy busca mayor proyección nacional e internacional.

La Ruta del Bocadillo: Santander abre las puertas a su corazón dulce
En el suroccidente de Santander, el aire se impregna del aroma inconfundible de la guayaba. Es el anuncio de que estamos entrando en tierra del bocadillo veleño, un producto que no solo endulza paladares, sino que lleva más de siete décadas construyendo identidad, economía y orgullo en la región.

La llamada Ruta del Bocadillo, que une a Barbosa, Vélez y Moniquirá (Boyacá), es un recorrido que combina tradición, turismo comunitario y un oficio que ha pasado de generación en generación. No se trata solo de comer un dulce típico: es vivir un viaje sensorial que conecta el campo con la mesa y que reivindica el trabajo de las familias que lo producen.

Un legado que huele a guayaba y se envuelve en bijao

En Vélez, epicentro histórico de la producción, la historia de esta ruta tiene nombre propio: Sandra Aguirre Morales, gerente de la Ruta del Bocadillo y tercera generación de una familia que desde hace más de 70 años ha convertido la guayaba en el motor de su vida. Desde la fábrica Bocadillos La Flor, ubicada en la Calle 2 Nº 1 - 87, Aguirre lidera un proyecto que busca honrar a sus abuelos y proteger los saberes ancestrales.

“Queríamos hacerle un homenaje a nuestros abuelos. Todo lo que somos ahora es gracias a esta industria. Su esfuerzo y dedicación merecen trascender en el tiempo”, afirma.

El bocadillo veleño ostenta el Sello de Denominación de Origen Protegida otorgado por la Superintendencia de Industria y Comercio, una distinción que certifica su autenticidad y calidad, y que lo convierte en un producto único de Colombia para el mundo.

De la planta al paladar: la experiencia

La ruta dura cerca de dos horas. Empieza entre cultivos de hoja de bijao —la envoltura tradicional— y plantas de producción donde el dulce burbujea lentamente en marmitas. Allí, los “paileros” afinan su técnica para dar el punto exacto, un conocimiento que solo la experiencia de años puede otorgar.

Durante el recorrido, el visitante no solo observa: aprende a doblar la hoja de bijao en los ocho pliegues perfectos, a formar el paquete y, con suerte, se lleva un certificado que lo acredita como “bocadillero” de honor.

“Queremos que locales, turistas y extranjeros conozcan lo que hay detrás de este manjar. Hay veleños que comen bocadillo toda la vida, pero nunca habían entrado a una fábrica”, cuenta Aguirre.

Turismo comunitario y economía rural

La ruta también es un ejemplo de turismo comunitario bien organizado. En Barbosa, conocida como la “puerta de oro” de Santander, Sandra Milena Jiménez, directora del operador turístico Experiencias, lidera el recorrido Calancio, que integra saberes ancestrales, oficios campesinos y gastronomía local.

En total, 24 familias participan directamente en la Ruta del Bocadillo y el corredor Calancio:

  • En Vélez, dos fábricas involucran a tres familias.
  • En Moniquirá, cuatro familias mantienen la tradición.
  • En Barbosa, tres familias producen bocadillo y otras quince integran el corredor turístico con actividades agropecuarias y gastronómicas.

Además del bocadillo, el visitante puede probar queso, amasijos, café, cacao y derivados de la leche de cabra y camuro. Incluso hay espacio para productos curiosos como el cebo de cordero, promocionado como un hidratante natural con propiedades regenerativas.

Un gigante económico que quiere ser más visible

Entre enero y junio de 2025, la industria del bocadillo veleño generó US$900.000 en ventas, pero sus impulsores reconocen que aún hay un largo camino por recorrer en términos de promoción turística.

“Nos hace falta mucha visualización. Vamos a ferias y eventos, pero es un trabajo de largo aliento. La tradición tiene más de 70 años, pero la Ruta apenas va a cumplir dos”, señala Aguirre.

Por eso, su objetivo es claro: que Colombia y el mundo sepan que en Vélez y sus alrededores existe una ruta donde cada paso huele a guayaba, cada pliegue de bijao envuelve historia y cada bocado confirma que Santander tiene un corazón, y es dulce.