Héroes de las trochas: la dignidad regional frente al abandono estatal en Santander
Excerpt. En las trochas del Carare y en la vía Palenque–Zipaquirá, el Estado desapareció, pero Santander no. Franklin y Nancy, con paleta y pala en mano, mantienen abiertas las arterias que conectan la región.

Santander resiste en sus carreteras gracias a la valentía de personajes comunes que, con paleta y pala en mano, suplen el trabajo que el Estado dejó botado. En las trochas del Carare y en la vía Palenque–Zipaquirá, la comunidad se convirtió en reguladora de la movilidad, demostrando que mientras los gobiernos se olvidan, la región nunca se rinde.
Viajar por el sur y el occidente de Santander es entender, de primera mano, cómo la tenacidad de su gente reemplaza a la institucionalidad ausente. En la Transversal del Carare y en el corredor Palenque–Zipaquirá, dos rutas vitales para el comercio, el turismo y la vida diaria de miles de familias, la precariedad de las vías se ha transformado en una amenaza constante. Taludes que se desprenden, huecos que parecen cráteres y pasos reducidos a un solo carril son el pan de cada día.
En ese escenario adverso surgieron, sin decreto ni nombramiento oficial, guardianes de la movilidad regional. Hombres y mujeres del común que asumieron la responsabilidad de ordenar el tránsito, tapar huecos y hasta recolectar recursos entre los conductores para pagar maquinaria que despeje las carreteras.
Franklin, el caminante que se quedó para cuidar la vía
En la ruta Palenque–Zipaquirá, Franklin Jean Carlos Cortés, un migrante venezolano que inicialmente solo pasaba de camino, se detuvo un día ante el caos y decidió ayudar a dar paso. Cuatro años después, sigue allí con su paleta de “Pare” y “Siga”, convertido en regulador improvisado de una carretera estratégica para Santander y Boyacá. Lo que comenzó como un gesto solidario terminó siendo su sustento y, al mismo tiempo, un servicio invaluable para los viajeros.
“Si no estuviera aquí, los carros se enredarían y las tragedias serían peores”, cuenta Franklin, mientras alterna con su hijastro para cubrir día y noche. Su esfuerzo es reconocido por monedas, comida y respeto de quienes entienden que su labor es, en últimas, salvar vidas.
Nancy, la mujer que manda en la trocha del Carare
En el sector conocido como El Borrascoso, sobre la Transversal del Carare, la historia es similar pero con rostro femenino. Desde hace casi dos décadas, Nancy Vargas, madre cabeza de hogar, decidió comprar su propia paleta y asumir el control de una vía marcada por derrumbes y abismos. Su liderazgo no solo redujo las peleas entre conductores, sino que también la llevó a convertirse en gestora de obras comunitarias: cuando la carretera se desploma, organiza colectas para pagar retroexcavadoras y mantener el paso abierto.
“Esta es una vía por donde sale el alimento del campo. No entiendo por qué nos tienen rezagados, olvidados”, reclama Nancy con la autoridad de quien ha garantizado la movilidad de una región durante veinte años, mientras las inversiones estatales se pierden en promesas incumplidas.

El trasfondo regional: dignidad contra abandono
La heroicidad de Franklin y Nancy refleja algo más profundo: la brecha entre la pujanza de Santander y la negligencia del Estado. Estas carreteras son corredores estratégicos para el comercio con Bogotá, para el turismo del Cañón del Chicamocha y para el transporte agrícola del sur del departamento. Sin embargo, permanecen atrapadas entre deslizamientos, huecos y proyectos inconclusos.
Que la movilidad dependa de ciudadanos voluntarios es un retrato doloroso: Santander produce, exporta, atrae visitantes, pero sigue atado a una infraestructura vial de los años cincuenta. En cada paleta improvisada se revela el clamor de la región: queremos carreteras dignas, no parches eternos ni héroes obligados por la desidia oficial.