Desde la Asamblea de Santander exigen respeto por la mujer, pero callan cuando el diputado Alfredo Ariza trató de “malparida” a su esposa y un gestor de Floridablanca que apuñaló a su esposa.

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La Asamblea de Santander exige respeto por la mujer, pero calla cuando un diputado llamó “malparida” a su esposa. Esa incoherencia deslegitima cualquier pronunciamiento y evidencia la doble moral en la política santandereana.

Desde la Asamblea de Santander exigen respeto por la mujer, pero callan cuando el diputado Alfredo Ariza trató de “malparida” a su esposa y un gestor de Floridablanca que apuñaló a su esposa.
La indignación que hoy expresan algunos diputados frente a casos de violencia contra la mujer contrasta con la falta de coherencia al interior de la misma Asamblea de Santander, donde no hace mucho un corporado insultó públicamente a su esposa, llamándola “malparida”, sin que hubiera sanciones ejemplares ni un rechazo institucional a la altura del hecho.

Ahora, el caso del concejal de Aratoca, Ciro Alfonso Ortíz Márquez, acusado de maltrato contra su pareja, volvió a poner sobre la mesa pronunciamientos y exigencias. La diputada Diana Jiménez grabó un video en el que le pidió “dar la cara” y afrontar la justicia, reclamando que la Fiscalía y la Procuraduría actúen con celeridad.

Pero el mensaje, aunque justo, despierta un sabor amargo en la opinión pública: ¿qué autoridad moral tiene la Asamblea para exigir respeto cuando, bajo su propio techo, se han tolerado hechos de violencia verbal y psicológica contra una mujer, cometidos por uno de sus integrantes?

La incoherencia es evidente. Mientras en redes sociales se exige justicia para las mujeres víctimas, adentro se guarda silencio ante agresiones perpetradas por quienes hoy posan como defensores de derechos. Esa doble moral es la que le resta legitimidad a las instituciones y convierte los discursos en simple retórica.

El concejal Ortíz, por su parte, intentó defenderse con un comunicado en el que rechazó la violencia y alegó transparencia, pero sin responder de fondo las acusaciones. Lo mismo ocurrió en la Asamblea: discursos de rechazo, pero ninguna acción contundente cuando la violencia se presentó en su propia casa política.

La pregunta que queda es si estos llamados a “dar la cara” son realmente un compromiso con las mujeres o simples gestos de ocasión. Porque mientras se tolere que desde una curul un diputado llame “malparida” a su esposa, todo lo demás sonará a burla y maquillaje.