Como perros hambrientos de poder: la grotesca novela política de Jaime Andrés Beltrán y sus titeres
Hambrientos de poder y carentes de vergüenza, Jaime Andrés Beltrán y sus titeres protagonizan una farsa política que hunde a Bucaramanga en el descrédito. Portilla renuncia y revive, Zambrano aparece y se esfuma, y Beltrán, desesperado, demuestra que no busca servir: solo volver a mandar.
Lo que se vive en Bucaramanga con el exalcalde Jaime Andrés Beltrán y su círculo político roza lo patético. Una jauría de ambición sin freno, una comedia de errores que deja más vergüenza que liderazgo, más improvisación que estrategia. Ninguno de los protagonistas parece tener claridad, coherencia ni dignidad política: lo único que los mueve es el hambre de poder.
Todo comenzó cuando Beltrán, caído en desgracia y sin aval propio, decidió aferrarse al último suspiro de protagonismo. Su candidato “estrella” era Cristian Portilla, su antiguo secretario privado, un funcionario que creció a su sombra y ahora intenta escalar por el simple mérito de la lealtad. Portilla se inscribió avalado por una curiosa coalición de partidos —Centro Democrático, La U y Cambio Radical—, mientras Beltrán maniobraba entre bastidores buscando mantener el control de la Alcaldía como quien se aferra a un trono que ya perdió.
Pero el show apenas comenzaba. Ocho días después, Portilla renunció, alegando “motivos personales”. Dijo que necesitaba tiempo, atención y compromiso… pero al parecer, esos problemas se resolvieron en cuestión de horas. Porque apenas un día después, como en una telenovela barata, Beltrán apareció de nuevo en la Registraduría, esta vez para intentar inscribir a otro títere: Arturo Zambrano Avellaneda, exconcejal y eterno oportunista, dispuesto a servirle de ficha política.
El plan se vino abajo cuando Cambio Radical —haciendo honor a su nombre— se apartó del sainete y negó haber firmado apoyo alguno. Con eso, el nuevo experimento se derrumbó, dejando al equipo de Beltrán desorientado, sin respaldo y al borde del ridículo.
Entonces, la troupe del exalcalde hizo lo impensable: revivió a Cristian Portilla, el mismo que había renunciado “por motivos personales”. En menos de 24 horas pasó de la reflexión a la resurrección política, confirmando lo que ya todos sospechaban: no hay principios, solo cálculo. La Registraduría aceptó su retorno, y el Centro Democrático lo respaldó, mientras Beltrán celebraba como si el caos fuera una victoria.
Lo que queda es una escena grotesca: un exalcalde con delirios de caudillo, un candidato sin credibilidad y una coalición convertida en circo. Todo por conservar poder, por seguir manejando la ciudad desde las sombras, como si Bucaramanga fuera su propiedad privada.
La ciudadanía observa con cansancio y rabia cómo estos políticos, que hace meses predicaban valores y moral, hoy se arrastran entre renuncias, retractaciones y traiciones. En lugar de un proyecto serio, ofrecen una tragicomedia que ofende la inteligencia de los bumangueses.