Bucaramanga sin rumbo: 33 semáforos dañados y una Alcaldía incapaz de dar respuestas

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La capital santandereana tiene 33 semáforos dañados, ninguna solución a la vista y un gobierno local más preocupado en sostener burocracia que en garantizar la seguridad vial.

Bucaramanga sin rumbo: 33 semáforos dañados y una Alcaldía incapaz de dar respuestas
La movilidad en Bucaramanga atraviesa uno de sus peores momentos. Mientras los accidentes y trancones se multiplican, la administración municipal y la Dirección de Tránsito parecen resignadas a aceptar que 33 semáforos fuera de servicio son parte del paisaje urbano.

El concejal Carlos Felipe Parra denunció que, lejos de ser un problema técnico aislado, la ciudad enfrenta un colapso en su red semafórica. “Lo que pasa en Bucaramanga raya en lo absurdo. Tenemos una de las redes más costosas y hoy funciona como si fuera un experimento social: los conductores deben adivinar si cruzan o esperan, y eso ha convertido las intersecciones en un campo minado”, afirmó con ironía.

Los puntos más críticos se extienden por toda la ciudad: la carrera 9, la calle 36, la carrera 33, la avenida Quebradaseca, la diagonal 15 y la González Valencia, entre otros. Allí no hay agentes de tránsito que regulen el flujo vehicular y, en su lugar, son los propios ciudadanos quienes intentan improvisar reglas en medio del caos.

La respuesta oficial ha sido poco convincente. El director de Tránsito, Jhair Andrés Manrique, llegó a hablar de “sabotaje” contra los semáforos, como si la ciudad estuviera frente a un enemigo invisible, en lugar de reconocer la ineficiencia administrativa. “Sabotaje o no, lo que hay es abandono”, replicó Parra, quien cuestionó además el uso de los recursos: “Se están gastando el dinero en contratos y asesores de escritorio. Solo en el último trimestre firmaron más de 200. ¿Y los semáforos? Nada”.

El déficit de gestión ha llevado a que Bucaramanga, con más de medio millón de habitantes, luzca como una ciudad huérfana de autoridad en las calles. La movilidad no depende de la planeación ni de la inversión, sino de la suerte. Cada cruce se convierte en una apuesta peligrosa que la ciudadanía paga con tiempo, estrés y riesgo de accidentalidad.