Bucaramanga, huérfana de autoridad vial: la Dirección de Tránsito naufraga mientras jóvenes improvisan el control en las calles

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Jóvenes sin formación dirigiendo tráfico no son “civismo”; son el espejo de una Dirección de Tránsito mal administrada: sin cobertura, sin plan y sin indicadores. Bucaramanga necesita presencia operativa, semáforos confiables y un director que gestione, no que explique el caos.

Bucaramanga, huérfana de autoridad vial: la Dirección de Tránsito naufraga mientras jóvenes improvisan el control en las calles
En Bucaramanga la autoridad de tránsito brilla por su ausencia: intersecciones críticas quedan a la deriva, jóvenes sin formación asumen riesgos para ordenar el tráfico y la ciudad normaliza lo inaceptable. No es falta de diagnósticos; es mala administración en cabeza de la Dirección de Tránsito, incapaz de planear, desplegar y sostener presencia operativa donde más se necesita.

En la antigua entrada hacia Floridablanca, los pitos no son banda sonora: son una alarma. Entre el caos aparecen Luis y Arley, 19 y 20 años, con un chaleco de imitación y dos paletas de “PARE” y “SIGA”. Se paran frente a carros y buses, contienen choques, intentan destrabar la “selva” de asfalto. “Si no nos paramos aquí, esto colapsa. Por aquí nunca vienen los de Tránsito”, dice Luis. La escena se repite en Cabecera, en la calle 61, en el Anillo Vial: particulares supliendo una función pública que la Dirección de Tránsito dejó caer.

No es un fenómeno “espontáneo” ni una anécdota pintoresca. Es el síntoma visible de una gestión que no planea turnos, no prioriza cruces, no garantiza relevos ni patrullajes. Bucaramanga tiene apenas 166 agentes para una ciudad de más de medio millón de habitantes y un parque automotor en expansión. Y aun así, una parte de ese pie de fuerza está atado a trámites de oficina o a actividades sin impacto en la red vial, dejando vacíos operativos a plena hora pico. Esto no es austeridad: es descuido administrativo.

“Bucaramanga necesitaría al menos el doble de efectivos en terreno y un modelo de despliegue por cuadrantes con metas por cruce y por franja horaria”, resume el urbanista José Julián Rueda. Pero no existe tablero de control público con horarios, coberturas, tiempos de respuesta o indicadores de congestión; tampoco un plan de semaforización adaptativa que alivie intersecciones críticas. La Dirección de Tránsito opera a ciegas y reacciona tarde.

La “normalización” del vacío institucional es igual de preocupante. “Lo que muchos aplauden como civismo —jóvenes metiéndose entre carros para ‘ayudar’— es la evidencia de una autoridad ausente”, advierte la investigadora Claudia Prieto. El analista Julio César Acelas lo conecta con una decadencia más amplia: “Se desdibujó el Estado en la vida pública. Cuando lo público falla, la calle la administran particulares; hoy en el tráfico, ayer en el transporte, mañana en la seguridad”.

El riesgo no es abstracto. Los “alféreces improvisados” trabajan sin aseguramiento, sin radios, sin coordinación con semáforos, sin protocolos ante un siniestro. “Lo que hoy parece ‘solución práctica’ puede terminar en tragedia”, alerta el experto en seguridad vial Luis Alberto Rojas. Y cada tragedia sería, también, responsabilidad de una administración que dejó que el azar reemplazara la gestión.

Fallas de gestión que se ven (y se sufren):

  • Cruces sin presencia operativa en horas pico y fines de semana.
  • Semáforos fuera de servicio o mal sincronizados por días, sin plan B con control manual.
  • Cero patrullajes preventivos en puntos con alta tasa de choques por invasión de intersecciones.
  • Ausencia de un PMT permanente para obras y frentes de intervención en vías estructurantes.
  • Educación vial episódica y sin continuidad, desconectada de los puntos de mayor conflicto.

Nada de esto requiere “inventar la rueda”: hace falta administración. Con un esquema de cuadrantes operativoscobertura mínima por cruce (p. ej., 7–9 a. m., 12–2 p. m., 5–8 p. m.), patrullas móviles para atascos súbitos, telemetría de semáforos y KPIs públicos semanales (velocidad promedio por corredor, tiempo de despeje por incidente, disponibilidad de semáforos, presencia de agentes por franja), la ciudad vería alivios inmediatos. Sin eso, seguiremos tercerizando de facto la autoridad en la esquina… por una moneda.

A estas alturas, la pregunta no es “por qué hay jóvenes dirigiendo el tráfico”, sino por qué la Dirección de Tránsito no está ahí. Por qué no hay un plan de cobertura publicado, por qué no se corrigen cuellos de botella persistentes, por qué no se comunica a diario el estado de la red semafórica, por qué no se reasignan funciones internas para devolver agentes a la calle. Y, sobre todo, por qué el director sigue pidiendo paciencia cuando lo que falta es gestión.

Bucaramanga no puede acostumbrarse a vivir sin alféreces donde más duele. La autoridad vial no se improvisa, se administra. Mientras la Dirección de Tránsito no asuma su trabajo —planificar, desplegar, medir y corregir—, la ciudad seguirá huérfana en los cruces y rehén de un caos que no es “cultural”: es el resultado directo de una mala administración.